17 de junio de 2012

El pasacalle, la principal seña de identidad del grupo


Otra de las tradiciones que mantienen los txistularis desde tiempos inmemoriables es el pasacalle de los domingos. La actual agrupación lo viene haciendo por contrato todos los domingos desde que echaron a andar, excepto los de Cuaresma y los de agosto. Pero el pasacalle también era su principal tarea para los anteriores danbolinteros del pueblo, para Jose Gabilondo y sus antecesores, no se sabe desde cuándo.

Lo que sí ha cambiado estos últimos años ha sido el recorrido. Hoy suele ser algo más largo, porque en lugar de dar la vuelta en el cruce del Isabel como se hacía antes, continúan hasta la rotonda de Mugitegi donde comienzan el regreso hacia el ayuntamiento. Desde hace años, suelen tocar zortzikos en la ida y biribilketas a la vuelta. El bar Isabel fue un lugar clave en estos pasacalles hasta que se quemó el edificio; allí solían hacer un descanso para tomar un anís o alguna otra copita y calentarse en las frías mañanas de invierno.

Pero hay un tramo en el que los txistularis no tocan, sino que lo pasan andando. Es la zona del Lizeo y el convento de las monjas. Ésta es una tradición que se tomó antes de que se creara la banda, en la época en la que Santi, Joxe, Leon Arrieta, Josetxo Antia y Txapas hacían pasacalles por su cuenta. Y la razón es que los txistularis tuvieron más de un problema con la Guardia Civil.


En aquella época, los años más represivos del Franquismo, era fácil acabar detenido en el cuartel, bastaba con hacer cualquier cosa que se identificara con la identidad vasca. Y a nuestros txistularis les llevaron en más de una ocasión, acusados de “tocar canciones subversivas”. Leon Arrieta recuerda que una de las veces más duras fue un día de San Juan. Tras la bajada de Santa Bárbara, siguieron con la fiesta en el pueblo, poteando, tocando el txistu, cantanto y bailando de bar en bar. Les llevaron al cuartel pero, al parecer, la cosa no pasó a mayores gracias a Manuel Salegi, concejal del ayuntamiento y cuñado de Ramón Esnaola, que medió ante la Guardia Civil para calmar los ánimos. Sin embargo, tras aquella jornada, decidieron que no iban a tocar más delante del cuartel.

Años después, un sargento le llamó a Santi y le llamó la atención por esa costumbre. Le dijo que hicieran el favor de tocar también frente a su casa porque a ellos también les gustaba el sonido del txistu. Así que hoy en día el descanso se hace frente al Liceo y comienzan a tocar otra vez a la altura del número 24 de la calle Labeaga, junto a la sala de exposiciones Juan de Lizarazu. A la vuelta hacen lo mismo, paran de tocar en el paso de zebra de Labeaga número 24 y pasan andando por la acera hasta el rascacielos para volver a formar allí.

Pero no fueron aquellos los únicos problemas que tuvieron con la Guardia Civil y las autoridades. Ya hemos comentado antes que los txistularis no eran partidarios de tocar el día 18 de julio, y todos los años intentaban escaquearse de aquel pasacalle. Un año casi todos se marcharon al monte sin tocar el pasacalle, sobre todo los jóvenes. Tan sólo acudieron a la cita los más pequeños.

Cuando volvieron de su jornada montañera, se había montado un gran revuelo en el pueblo. El alguacil les estaba buscando y les cayó una buena bronca por no tocar. Ellos creían que el asunto terminaría en eso, pero al año siguiente, las autoridades aún se acordaban de lo sucedido y tuvieron que hacer el pasacalle por los dos pueblos, por Zumarraga y Urretxu.

Hoy por hoy, lo más duro del pasacalle suele ser madrugar los domingos para comenzar a tocar a las 9 de la mañana, sobre todo para los jóvenes que suelen salir los sábados por la noche. Y eso que desde hace algunos años están divididos en grupos y cada txistulari sólo tiene que ir dos veces al mes.

Todo esto se hace por amor al arte, por mantener esta bonita tradición, porque ningún txistulari de Urretxu ha cobrado todos estos años por tocar. El dinero que anualmente se recibe del ayuntamiento va a parar a una cuenta común y se emplea para los gastos de material, etcétera. Bien claro lo dejaba Santi Gutiérrez en muchas ocasiones: “Tocando el txistu no te vas a hacer rico” -solía decir- “pero ganarás mucho en amistades”. Y en eso tenía razón, ya que da la oportunidad de ir a muchos pueblos a tocar y conocer a muchísima gente.

Aunque cada txistulari no cobre un sueldo, el dinero de la cuenta común se emplea también para costear por lo menos una cena al año, el día de Santa Cecilia. Esta cena suele ser una de las más esperadas por todos, sobre todo por las largas sobremesas que suelen hacer tocando el txistu, cantando e incluso bailando. Muchos de ellos reconocen que si no fuera por estas comidas o cenas del txistu, nunca habrían aprendido el montón de canciones que saben; es otra manera de vivir la cultura vasca.

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