3 de junio de 2012

Y comenzaron los ensayos, los pasacalles...


Después de aquella primera actuación de la Euskal Jaia del año 60, poco a poco se fueron estableciendo las actividades de la agrupación que se había formado ya oficialmente como banda de txistularis de Urretxu. Continuaron ensayando varias veces cada semana, saliendo los domingos al pasacalle, etcétera. Y, a cambio de ello, se les pagó una cena por Santa Cecilia y una excursión de tres días a Cantabria en verano de 1961.

No obstante, los quehaceres oficiales se estuvieron negociando con el Ayuntamiento durante unos meses. En octubre de 1961, el grupo de txistularis presentó un escrito indicando cuáles iban a ser sus condiciones. En la misma se comprometían a tocar un pasacalle “todos los domingos y días festivos, excepto el 1 de mayo, 18 de julio, 12 de octubre y los domingos de Cuaresma”. En este punto tuvieron, al parecer, algún rifi rafe con las autoridades, ya que aquellos opinaban que debían tocar también los días arriba mencionados como excepción. Asimismo, el grupo concretaba el recorrido del pasacalle por “calle Iparragirre, Jauregi, Nekolalde, Labeaga y regreso”.

Por otra parte, se comprometían a tocar dianas en Pascua de Resurreción, el día de Corpus Christi, Santa Cecilia y 8 de diciembre; a participar en todas aquellas actuaciones organizadas por el Ayuntamiento en la que se requiriera su presencia y a realizar ensayos tres días por semana. De igual manera, llama la atención que queda por escrito su compromiso a cuidar los uniformes e instrumentos, responsabilizándose de los desperfectos.

Por todo ello, pedían 1000 pesetas mensuales para todo el grupo, más 600 en concepto de sueldos para los maestros de academia y 200 para gastos de material. El documento detallaba también que no estarían sin local de ensayo por un periodo superior a 30 días.

Finalmente, y tras varias conversaciones, en enero de 1962, José Pérez y Jose Antonio Chico firmaron el contrato definitivo en nombre de la agrupación. El Ayuntamiento estuvo de acuerdo en todo lo que habían propuesto los txistularis, incluso en la remuneración, aunque éstos tuvieron que aceptar tocar pasacalles los tres días que no querían hacerlo (1 de mayo, 18 de julio y 12 de octubre). Y el contrato incluía, además, que “si el grupo deseara actuar dentro o fuera del municipio en actos que fuere solicitada su actuación, deberá solicitar la correspondiente autorización del Ayuntamiento o Alcaldía”. De esta  manera, era el Alcalde el que decidía dónde podía tocar el grupo y dónde no.

Con estas directrices funcionó la agrupación durante años. No obstante, cada cierto tiempo el contrato se va actualizando, incluyendo nuevos puntos y modificando los ya existentes. En el firmado en 1986, en lo que se refiere al pasacalle por ejemplo, se incluyen como excepción también los domingos de agosto, junto con los de Cuaresma.

Asimismo, ese mismo año, se incluyó un punto en el que se permite a los txistularis el uso de la fotocopiadora para temas referentes a las prácticas de sus actividades. Ésto, en principio, puede parecer algo obvio, pero gracias al uso de la fotocopiadora, se acabaron uno de los castigos que más frecuentemente se les imponía a los chavales cuando hacían trastadas: copiar partituras. Y es que, una banda de txistularis, al igual que cualquier agrupación musical, necesita tener varias copias de las partituras de cada tema. Por lo tanto, aquellos primeros años en los que no existían fotocopiadoras, una de las tareas más habituales o “castigos” de los chavales solía ser ése.

No obstante, hubo una ocasión en la que a Santi y José no les salió muy bien ese castigo. Era un día de Santiago de la década de los 60 y algunos txistularis iban a ir a tocar a Ordizia por fiestas. José tenía que tocar el silbote y, como suele ser habitual cuando se toca este instrumento, no se sabía de memoria todas las piezas. Así que necesitaba partituras para colocarlas en el pequeño atril que se lleva enganchado al instrumento durante el pasacalle; es decir, toda la pieza en una misma página. Y aprovechó que algunos de los chavales habían estado haciendo trastadas en el ensayo de la víspera, para castigarles con copiar estas partituras. Sin embargo, los chavales fueron más pícaros aún: cumplieron el castigo copiando las partituras, pero las cortaron. De tal manera que le entregaron un montón de hojas. En cada una de ellas había un sólo pentagrama, por lo que a José no le servían de nada. Los gritos de enfado se debieron escuchar aquel día a varias millas a la redonda.

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